Hoy, en el mundo hipercomunicado en el que vivimos, no es raro encontrarnos frecuentemente con charlas, blogs, keynotes, y libros, que nos hablan de como podemos lograr una vida exitosa. La mayoría utilizan la palabra de moda del siglo XXI: Procrastinación. Otras hablan de responsabilidad, o de disciplina; y si bien es cierto mucho de lo que se habla sobre esos temas, hay un factor clave que se ha dejado pasar, y que explica por qué todos conocemos a alguien que ha tenido en algún momento de su vida gran éxito y mucho dinero, para luego encontrarse en el mismo lugar donde empezó, pero más viejo, y muchas veces, más endeudado. En este artículo sustentaremos la tesis de que el establecimiento y cumplimiento de las prioridades en la vida es lo que determina el éxito o el fracaso en el largo plazo.

Cuando hablamos de prioridades en este artículo, no nos vamos a referir a qué hacer primero, y qué hacer después, sino por qué hacer cada cosa.

Si le preguntamos a una persona común que dibuje en una pirámide sus prioridades, muy seguramente colocará a su familia en lo más alto, luego se colocará a él, luego al trabajo, y luego a los amigos; y si no es así, será algo muy parecido. En ese orden de ideas, las prioridades las podemos dividir en 4 categorías bien diferenciadas:

  1. Garantizar techo y sustento para él y su familia, el día de hoy
  2. Garantizar que ese techo y sustento estén disponibles para él y su familia el día de mañana, sin importar las circunstancias
  3. Metas personales
  4. Accesorios

El orden de estas categorías es perfectamente coherente con lo que cualquier persona querría. Sin embargo, en muchas ocasiones, el hecho de cumplir el objetivo primario, hace que el terciario se coloque de segundo, o que el cuarto se coloque de segundo o de primero. En esos escenarios es que observamos que grandes riquezas se pierden en el transcurso de pocos años, a partir de pequeñas acciones diarias.

Todos los seres humanos tenemos 24 horas en el día, y ya es casi cliché decir que “tu éxito depende de lo que haces con esas 24 horas”. En parte es así, pero tiene más peso aún el cómo manejas tus prioridades a lo largo del día. Cualquier persona que dedique 16 horas del día a trabajar, pero su prioridad sean accesorios (vacaciones, lujos, etc), por más que sea el trabajador más productivo del mundo, siempre va a estar al borde de la bancarrota, pues la meta de “tener un carro más caro” está por encima de “tener sustento mañana sin importar las circunstancias”. Casos como el anteriormente mencionado pueden sonar reutilizados, pero son más comunes de lo que pensamos, y sucede en diferentes escalas o grados.

Al hablar de esto, no estoy promoviendo que todos llevemos una vida frugal y simple. Lo que sustento es que si dedicamos el esfuerzo de nuestro trabajo para cumplir metas que no son las primarias, el resultado en el largo plazo, muy probablemente no va a ser el que queremos, sino una triste realidad. Por esa razón uno se encuentra que hay personas que a pesar de que tienen suficiente dinero para poder cambiar el carro todos los años, no lo hacen, y que casi todas esas personas son mayores (ya seguramente les pasó en algún momento de su vida).

Garantizar el sustento del día a día de una persona y de su familia, sin lugar a dudas, es el motor por el que los trabajadores se levantan todos los días. hay facturas que pagar, compras que hacer, hijos que alimentar. La verdadera rareza ocurre con el segundo ítem. El premio nobel de economía Richard Thaler describió en su trabajo, que el ser humano no toma decisiones económicas de forma racional, y en este punto queda más que claro. ¿Por qué una persona cuya prioridad número 1 es la familia, pondría en jaque la estabilidad y futuro de ella, en pos de “mejorar” su calidad de vida? coloco mejorar entre comillas, pues no hay evidencia clara que muestre que manejar un automóvil de USD$100.000 de más calidad de vida que manejar uno de USD$30.000. Ambos lo llevarán de forma cómoda del punto A al punto B, sin retrasos, sin atascos, con ayudas tecnológicas, y con los estándares más altos en seguridad. Y ese es solo un ejemplo.

Por otro lado, muchas personas atascan para siempre sus sueños y metas personales, y ponen en jaque su futuro constantemente para “mantener” un estilo de vida que no pueden costear. Eso es aún más irracional. Para propósitos de ilustrar estos casos, creemos un personaje que es un ingeniero de software, cuyos ingresos dependen de la cantidad de software que puede entregar en un determinado tiempo. Ya ha alcanzado cierto éxito que le ha permitido darse gustos que antes no podía, pero ahora requiere hacer unos postgrados en un nuevo lenguaje de programación, y no puede, pues el dinero que utilizaría para eso, se lo gasta todos los días en su nuevo estilo de vida, por lo que queda atascado en ese escalón, y si llegase a cambiar la industria para exigir el código que no estudió, quedaría desempleado.

Casos como los ejemplificados anteriormente hay millones, y todos conocemos a alguien que pertenezca a una de estas dos categorías mostradas. Es entonces un argumento de ejemplo lo suficientemente completo para poder afirmar que lo que deja a estas personas vulnerables no es lo que hacen con su tiempo laboral, sino el por qué trabajan en primer lugar. A qué le dedican su esfuerzo. La recompensa de 8, 10, o 12 horas de trabajo al día no va alineada con las prioridades, pues no ven en la estabilidad de su familia, o en poder cumplir metas personales, una verdadera recompensa, como si la ven en el carro, la casa, y el viaje.

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